Jimena
5 marzo 2020Jimena resoplaba entre furiosa y desesperada. Las calles estaban cortadas por obras y había una pequeña manifestación en la que se gritaban consignas a favor de alguna noble causa. El taxista, que la había traído desde el aeropuerto, la acaba de echar amablemente del coche tras la llamada de una mujer histérica. Estaba de parto y le había hecho prometerle al taxista que dejaba todo y se iba a buscarla.
Obviamente “ese todo” la incluía a ella. Por lo que, con una sonrisa algo nerviosa, que la hizo darse cuenta de que debía ser su esposa. El taxista la bajó del coche, le dio su maleta y con un “disculpe” se fue corriendo por las calles de Madrid, dejándola con cara descompuesta en medio de la nada.
Así que ahora, se encontraba arrastrando por las calles adoquinadas de la capital, una enorme y pesadísima maleta que contenía el sueldo de seis meses en ropa de Dior, Burberry o Zara (para compensar) y que, por instantes, maldecía. La perspectiva de comer arroz el resto de su vida no era muy alentadora, pero ¿Y lo ideal que iba a vestir?
Por si fuera poco, en mitad del camino, una rueda de la maleta se había soltado, obligando a Jimena a arrastrarla por las calles hasta su portal. Estaba sudando por el esfuerzo, tenía las mejillas coloradas por el calor, lo que hacía destacar más lo blanca que era, y los tacones la estaban matando. Ahora entendía a esas chicas que iban en chándal y tenis cuando viajaban. En su clasificación mental acababan de subir de “personas cómodas” a “personas sabias”.
Por fin, veía su portal desde la lejanía, al que se le antojó como una aparición mariana. Jimena tenía el pelo revuelto, tanto trajín había acabado con el alisado perfecto de su rubia cabellera. Como pudo, se lo intentó arreglar antes del último arrastre de maleta. Quería llegar tan digna como se había marchado. Imposible.
Un tacón se le enganchó en una rejilla que había en el suelo y, cuando dio el último tirón a su maleta, no pudo mover el pie y esta se abalanzó sobre ella, aplastándola y tirándola al suelo.
– ¡Jodeeeer! – gritó
– No sabía que las rubias utilizasen ese lenguaje – dijo una voz varonil a su lado.
Mierda. Mierda. Mierda, pensó para sus adentros. Esa voz le era extrañamente familiar y no le gustaba que estuviera observando aquella escena de “muerte por aplastamiento de maleta” en plena calle. No delante de él.
Jimena giró la cabeza hacia el lado de donde provenía la voz. El pelo rubio se deslizaba por su cara y apenas podía ver unos tenis blancos a su lado. Resopló intentado apartarse
el pelo de los ojos y escuchó una carcajada a su lado. Unos dedos apartaron con cuidado unos mechones que resbalaba por su rostro, para mostrarle algo que no quería ver. A él. Agachado a su lado y riéndose.
– Nunca dejará de sorprenderme lo ridícula que puedes ser – le dijo alegre – Espera que te ayudo – continuó mientras levantaba la maleta y exclamaba – ¡qué llevas aquí!, ¿cuántas tiendas has atracado?
– No las suficientes – dijo mientras volvía a recuperar la respiración. – ¿Qué haces aquí? – preguntó contrariada mientras se incorporaba del suelo.
– Alguien me dijo a que hora llegaba tu vuelo y calculé la hora. La verdad es que has tardado bastante.
– Ya… Se retrasó – contestó mientras sonreía de manera forzada y obviando su expulsión del taxi.
– ¿Por qué sonríes así? Estas ridícula – le dijo mirándola extrañado
A Jimena se le inyectaron los ojos. ¡Cómo podía ser tan desagradable! ¡Ridícula lo será su madre! ¡Pedazo de, de….!
– Jimena, me estás mirando raro. – dijo en tono pausado, sacándola de sus pensamientos. – Tienes cara de loca. Lo cuál no es muy complicado – dijo divertido.
– ¡¡Ooooooh!!! – exclamó intentando contener la rabia. – ¿Qué haces aquí?, estoy segura que en el Zoológico te deben estar buscando – continuó mientras buscaba las llaves del portal en su bolso.
– Qué ocurrente eres rubia – le dijo sonriendo
– ¡Pues anda que tú! – exclamó sin verlo, mientras alzaba las llaves cuál premio. Eran muy escurridizas.
Jimena no escuchó la respuesta y ante la falta de ésta, miró a Mario de reojo. Le estaba sonriendo. Recordó que casi pierde el vuelo por tener un momento de “debilidad” en el despacho de éste. Un escalofrío le recorrió por la espalda y sintió como su sexo se tensaba al pensar en aquello.
– Oye, ¿qué quieres? – dijo con voz temblorosa mientras se dirigía al portal e introducía las llaves en la cerradura.
– A ti – dijo con voz seria.
Jimena abrió los ojos como platos. No podía haber escuchado bien. Aquello solo tenía un final y era uno muy malo para ella. Lo sabía desde que lo había conocido en una cena en casa de unos amigos.
– ¿Qué? – preguntó en un susurro sin girarse.
– A ti – volvió a repetir Mario en el oído de Jimena.
Mario estaba pegado a su espalda. Podía sentir su respiración, el calor de su pecho en la espalda y su miembro rozando su trasero. ”¡Dios! ¡qué perra le ponía!” pensó.
Jimena recordó el pelo castaño de Mario entre sus dedos, los ojos marrones de éste mirando fijamente a los suyos, mientras la empotraba contra la pared del despacho. Su piel perfecta, sus brazos perfectos, su estómago perfecto. ¡Joder!, cómo odiaba a ese tío perfecto; pero sobre todo odiaba a su sonrisa de labios perfectos, que solo le daban besos también perfectos. “No, espera” pensó. Lo que odiaba más eran sus manos y sus dedos, por la pericia de estos en provocarle orgasmos maravillosamente perfectos.
– Vale…El problema de eso, es que yo también me quiero a mí – le contestó mientras se giraba y abría la puerta del portal con el trasero para alejar de él.
Mario la miró extrañado.
– No me mires así. Soy rubia, pero no tonta y…¡qué haces! – exclamó mientras veía como Mario atravesaba la puerta arrastrando su maleta y llamando al ascensor.
– Llamar al ascensor – le dijo seco.
– No vas a subir – le dijo nerviosa Jimena.
– 3º A, ¿no? – preguntó como si nada.
– Sí, pero espera. No, no, ¡no! – le gritó mientras corría para evitar que se metiera en el ascensor.
Las puertas se cerraron tras ella, empujándola hacia el pecho de el. Sus ojos se cruzaron y ambos se miraron fijamente. Jimena se mordió el labio. El corazón le latían tan rápido que casi le dolía. Por eso lo odiaba, porque lo quería.
Mario le sonrió. Le brillaban los ojos y podía sentir como su corazón latía con fuerza también. “¡Ays!, ¡Señor! Ya empezamos” volvió a pensar. Mario le sujetó el rostro entre sus manos y comenzó a besarla apasionadamente. Jimena sintió como su corazón iba a estallar. Su bello se erizaba y sus bragas comenzaban a humedecerse.
Sin saber muy bien cómo, ambos llegaron al dormitorio de Jimena y se dejaron caer sobre la cama.
Mario no paraba de besarla. Quería saborear cada centímetro de ella. Jimena sintió como su lengua se paseaba traviesa por su clavícula y subía hasta llegar al lóbulo de su oreja izquierda, haciéndola arquear ligeramente la espalda de placer. En ese mismo instante, Mario la rodeó con su brazo, poniéndola encima de él.
Jimena se sentó a horcajadas sobre las piernas de éste. Empezó a desabrocharse los botones de la camisa sin parar de besarlo, al tiempo que Mario se incorporaba ligeramente, para seguir jugando con el cuello de ella.
Gimió de placer y, en ese instante, un brillo travieso cruzó los ojos de Mario.
– Quiero que grites – le susurró al oído.
– Pues hazme gritar – le contestó Jimena – con mirada juguetona.
Mario introdujo sus grandes manos por debajo de la camisa sin terminar de desabrochar, levantándole el sujetador para estrujar sus pechos entre ellas. Comenzó a acariciar los pezones erectos de Jimena con los pulgares. Sin prisa, pero con movimientos constantes.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de ella haciéndola estremecerse de gusto. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Quería sentir aquel delicioso contacto de las cálidas manos de Mario en sus pechos, jugando con sus pezones a la vez que notaba su pene a punto de explotar debajo de ella y luchando por salir de los pantalones de él.
Jimena cogió el rostro de Mario entre sus manos y acercó sus labios a los suyos. Las lenguas de ambos se entrelazaron en un tórrido y húmedo beso que finalizo mordiéndole el labio inferior de él. Mario gimió de placer y desesperado empezó a subirle la camisa a medio desabrochar. Jimena extendió los brazos hacia el techo y dejo que éste se deshiciera de ella.
Durante unos instantes la observó embelesado. Jimena estaba sobre sus caderas, sintiendo bajo su sexo la erección que había debajo de ella. A ambos les brillaban los ojos de deseo. Mario no dejaba mirarla fijamente y ella se dejaba observar, al tiempo que se quitaba el sujetador con estudiada lentitud para provocarle más.
Los pechos de ella se mostraron tan delicados y rosados como la última vez. Mario sonrió y con un solo movimiento, la tumbó sobre la cama y el se puso de pié delante de ella.
– Preciosa, pero mejor sin pantalones – le dijo juguetón.
– Todos tuyos – le contestó ella.
Mario se agachó ligeramente sobre ella y empezó a desabrochar y bajarle lentamente los vaqueros pitillos. Jimena se deshacía con cada movimiento, con cada ligero tirón. Le encantaba que la desvistiera.
Cuando Mario le quitó por completo los pantalones, comenzó a bajarle las bragas que llevaba a juego, pequeñas, semi trasnparentes de color negro y que no dejaban espacio a la imaginación.
Mario las tiró a un lado y se quedo observándola nuevamente. Luego, comenzó a quitarse la camiseta, dejando a la vista los tatuajes que cubría la parte izquierda de su perfecto torso. Después, introdujo la mano en uno los bolsillos de los pantalones, para sacar un preservativo de color dorado y que agarró entre sus sensuales labios. Acto seguido, esbozó una pequeña sonrisa y comenzó a bajarse los pantalones y los calzoncillos.
Jimena lo observó. Al ver su miembro erecto, se mordió el labio. Se levantó de la cama lentamente y luego se arrodilló ante el, antes de que Mario pudiera ponerse el condón.
Comenzó a acariciar su pene con suavidad, abrió la boca y lo introdujo con cuidado, hasta el fondo, como sabía que le gustaba. Mario gimió de gusto y, en un acto instintivo, le sujetó la cabeza para a marcarle el ritmo de aquel húmedo placer.
Jimena siguió lamiendo y chupando su pene intensamente mientras escuchaba los gemidos de placer de Mario. Su miembro comenzó a palpitar dentro de su boca con gran intensidad y supo que era el momento de parar, pero no sin antes retirarse con unos lametazos finales que lo hicieron tambalearse.
– Ahora sí – le susurro ella sin dejar de mirarlo fijamente mientras volvía a tumbarse en la cama desnuda.
Se colocó rápidamente el condón. La excitación podía verse en cada centímetro de su cuerpo. Mario se acercó a ella y le abrió las piernas con delicadeza para tumbarse sobre ella. Apoyó las palmas de las manos a cada lado de su cabeza y dejó que Jimena terminara de abrirse para poder penetrarla con fuerza.
Jimena sintió la esperada envestida de Mario como un encuentro glorioso para sus sentidos. Cerró los ojos y se abandonó a los impulsos de su cadera pidiendo más.
Jimena abrazó su amplia espalda para sentirlo más cerca de ella y disfrutar del roce de sus pezones con el pecho de él, al mismo tiempo que comenzaba a mordisquearle su labio inferior. Mario exhalo un gemido de placer y aceleró el ritmo mientras Jimena le tiraba ligeramente del labio para terminar con un beso húmedo con sus lenguas entrelazadas.
Jimena le clavó las uñas en la espalda, notaba como el orgasmo empezaba a aparecer dentro de ella e instintivamente, se acercó más al torso tatuado de Mario. Quería sentirle más y le susurró a la oreja “más fuerte”.
En ese instante, notó dentro de ella, como su pene se excitaba más y la intensidad de la envestida aumentaba, provocándole un cálido placer en su sexo. Jimena le dio otro tórrido beso, al tiempo que se inclinaban hacia un lado, para que ella se pudiera sentar a horcajadas sobre él otra vez.
Jimena se agachó ligeramente y lamió la clavícula de Mario, mientras el gemía y le agarraba con fuerza las caderas con sus grandes manos. Ambos cambiaron el ritmo y Mario comenzó a penetrarla con más intensidad y potencia que antes.
Jimena gimió de placer, clavándole las uñas en su pecho y arañándolo. Mario respondió con otro gemido de dolor y placer. Jimena, sintió en aquel instante como aquel calor que surgía de su sexo, comenzaba a apoderarse de ella. Era una dulce tortura que quería abrirse camino por cada centímetro de su cuerpo.
Las manos de Mario agarraban con fuerza sus caderas, casi impidiéndola moverse y clavándole su pene hasta el fondo. Mario comenzó a gemir más alto y rápido mientras Jimena echaba la cabeza hacia a tras y comenzaba a acariciarse los pezones mientras el la veía. En ese instante, Mario explotó y, en tres largas y profundas embestidas, se corrió dentro de ella.
Al mismo tiempo, Jimena se abandonó a Mario, cerró los ojos y dejo que aquella placentera tortura explotara en su interior, inundándola por completo. Arqueó la espalda y el orgasmo se expandió desde su sexo hasta la punta de sus dedos, cubriéndola de un agradable calor que solo termino con un último grito de placer, antes de desplomarse sobre él.
Tras unos instantes de silencio, ambos se miraron con ojos chispeantes y una ligera sonrisa. Mario le dio un dulce beso los labios y luego la rodeo entre sus brazos. Estaba feliz y satisfecho.
Jimena sintió el calor de él rodeándola y, por un instante, se permitió disfrutar de aquel inesperado gesto de cariño, sabiendo que aquello terminaría con ella. Mañana él estaría con otra.