Lola y Lieke

16 noviembre 2020
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Las hojas volaban tras la bicicleta de Lola, dejando un rastro otoñal de colores ocres por las calles de Ámsterdam. El cielo plomizo cubría la ciudad por completo y las primeras gotas de lluvia acariciaban su rostro con delicadeza.

Estaba a punto de caer la noche. Las farolas de la vieja capital holandesa acababan de encenderse y su luz marcaba el camino hacia la casa de Lieke. La había conocido cuando ella estaba de erasmus en España, estudiando filología hispánica. Nunca la había podido olvidar de todo.

El corazón de Lola latía con fuerza. Los nervios le agarrotaban las manos y los recuerdos comenzaban a revolotear libres por cada rincón de su cabeza. La primera vez que sus manos se rozaron, el primer beso o el primer orgasmo juntas, se entrelazaban entre imágenes de risas y calles mojadas.

Lola se empezó a acalorar y sus mejillas comenzaron a sonrosarse por esos recuerdos que le devolvían de golpe las mismas sensaciones de aquellos momentos. 

Suspiró fuertemente, intentando calmarse. Se había hecho expectativas con la idea de volver a verla, pero no quería tenerlas. Por lo que sabía, Lieke se estaba viendo con una holandesa de portada de revista. Sintió una punzada en el corazón al recordarlo.

Lola frenó en seco. La casa de Lieke estaba ahí, esperándola como tantas veces. Un viejo y encantador edificio de ladrillo de tres plantas se levantaba con elegancia delante de ella. Era estrecho y estaba plagado de ventanas que mostraban al mundo su iluminado interior. La puerta era ancha, de color negro con una boca de buzón dorada y estaba flanqueada por dos grandes maceteros con margaritas amarillas.

Se bajo de la bici, la apoyó junto a una barandilla que daba a un canal y la unió a esta cerrando el candado. Al terminar, se apoyó contra el árbol para intentar sacudirse la excitación, pero no pudo. Cerró los ojos y los recuerdos volvieron a agolparse sin piedad en su cabeza.

Los ojos azules y brillantes de Lieke la observaban a unos centímetros. Podía sentir su aliento. Ambas estaban desnudas sobre una cama de sábanas blancas como la nieve y la luz entraba a raudales por las ventanas abiertas. Sus mejillas tenían un color rojizo, casi tan perfecto como el de sus labios, producto de la excitación.

Los besos de Lieke eran suaves, delicados. Lola agarraba sus grandes pechos de pezones sonrosados. Sus caderas eran apenas imperceptibles, pero le parecían igualmente maravillosas y su trasero, redondo y perfecto, que con solo tocarlo se le erizaba la piel.

Lola abrió los ojos volviendo a Ámsterdam de golpe. Intentó calmarse sin mucho éxito. Observó el canal para dejar la mente en blanco, pero no pudo. Levantó el rostro hacia el cielo, dejando que la lluvia le refrescara la cara. Estaba excitada y no sabía como contenerse.

Otra vez las imágenes se agolpaban en su cabeza. Sin saber muy bien cómo, volvía a estar con Lieke en la cama. Ella le acariciaba lentamente la espalda con una mano mientras con la otra introducía dos dedos en su sexo. Lola gemía de placer mientras Lieke la seguía masturbando, sin quitarle de encima sus ojos azules centelleantes. 

Lieke comenzó a besarla por el cuello, sintiendo que el orgasmo de Lola estaba a punto de llegar. Lola se arqueó ligeramente dejando sus pequeños pechos al alcance de los labios de ella. Esta comenzó a besar y lamer sus pezones, succionándolos y mordiéndolos con delicadeza, haciéndola estallar en un orgasmo que la hizo convulsionar de placer.

Lola clavó sus dedos en el árbol. Podía sentir su cuerpo a punto de convulsionar con el recuerdo de Lieke. En ese instante, sintió como una puerta se abría detrás de ella, al otro lado de la acera. Su corazón se paralizó. 

Lola se giró lentamente y allí estaba ella. Esperándola con una cálida sonrisa y ojos picarones. Tenía ganas de Lola.

Al verla, Lola sintió una explosión de calor incontrolable en su interior. Una ola de cálido fuego la recorrió por todo su cuerpo hasta colorear sus mejillas. A duras penas, pudo controlar un grito de placer mientras intentaba mantenerse en pie junto al árbol. Estaba tan húmeda que notó como una gota se deslizaba por el interior de sus muslos. Era el poder de Lieke sobre ella, poseerla sin tocarla.