Amanda
28 January 2020La noche era fría y oscura.
Las luces cálidas de las farolas iluminaban las calles húmedas del centro de Madrid y su luz acariciaba los bordes curvados de los adoquines que brillaban con su reflejo. A lo largo de la calle, se extendía una alfombra de pequeños charcos de agua plateada que la lluvia había dejado a su paso.
Una suave luz traspasaba la ventana de un hotel señorial, en donde dos sombras se movían y besaban tímidamente tras las cortinas de una habitación. La estancia estaba inundada de la cálida luz de las velas que la iluminaban y que rodeaban, en secreto, a los dos amantes que ahora la habitaban entre besos y abrazos apasionados.
Esa noche, Amanda era para él. Dos viejos desconocidos que volvían a encontrarse después de mucho tiempo deseándose. Ambos se acariciaban con suavidad, disfrutando del contacto con el cuerpo del otro.
Se tumbaron en la cama y Amanda se recostó a su lado mientras clavaba la mirada en los ojos verdes de Hugo y dibujaba con su dedo las curvas de una carretera imaginaria en el pecho desnudo de él. Quería algo.
Esa noche lo quería solo a él.
Empezó a besarlo en los labios, primero con suavidad para luego empezar a morderle lentamente el labio inferior y terminar con otro beso intenso y provocador. Se levantó, le dijo que esperase y que confiase en ella mientras caminaba con calma hacia otra puerta.
Hugo la miraba con cierta extrañeza y curiosidad. Estaba excitado. Quería más.
La puerta se volvió a abrir y apareció ella. Hugo la miró asombrado de arriba abajo y de abajo arriba. No sabía qué decir o hacer. Dos pinchazos lo dejaron sin habla: uno, esperado, en su miembro y otra en su corazón.
El consultor sin escrúpulos ni corazón, resulta que sí tenía uno, y se lo acababa de dar aquella mujer que tantas veces le había sonreído de manera sincera. Tragó saliva.
Amanda lo miraba con sus ojos color chocolate, tan penetrantes como electrificantes, apoyada desde el marco de la puerta. Sonreía traviesa mientras su pelo moreno y ondulado caía con delicadeza por su hombro. Un sujetador negro semiabierto elevaba sus grandes pechos y dejaba ver parte de sus pezones rosados. La cintura, estaba enmarcada con un liguero a juego, que resaltaba las curvas de sus caderas y terminaba en las ligas que contorneaban sus muslos. Unas finas bragas abiertas de manera casi imperceptible coronaban aquella figura de piel brillante y morena.
Sus manos, escondidas tras la espalda, mostraron cuerdas y una fusta de piel negra.
“No te asustes” le dijo mientras reía divertida a la vez que se iba acercando a él.
“Esto es para pasarlo bien, si quieres” le susurró al oído con cariño.
Hugo la observó. Estaba prendado de aquella mujer que nunca había llamado la atención y ahora era lo único que deseaba. Sonrió y no puso impedimentos mientras ella le ataba las manos para inmovilizarlo, a la vez que lo besaba con deseo y cariño. Nunca había sentido eso. Nunca había hecho el amor así, pero amaba aquella mujer.
Amanda lo había atado con las manos juntas en el cabecero de la cama y ahora bajaba lentamente por su pecho, acercándose a su zona más sensible. Él la observaba fijamente y ella le devolvía la mirada sin disimulo. Sus brazos se estiraron y posó las manos en su pecho, acariciándolo y dibujando pequeños círculos. Bajó sus manos lentamente para empezar a acariciar los laterales de su torso, provocándole un ligero cosquilleo. Ambos sonrieron sin dejar de clavar la mirada en los ojos del otro.
Amanda acarició su pene erecto con la mejilla mientras esperaba a que sus manos terminaran el trayecto que habían empezado en el torso desnudo de Hugo. Sonreía pícara sin dejar de mirarlo. Disfrutaba con el control, se sabía poderosa en aquel momento. Él era de ella. Ambos lo sabían y lo deseaban.
Cuando las manos de Amanda se encontraron con el miembro de Hugo, estas lo rodearon y comenzaron a acariciarlo con delicadeza, recreándose en la espera del paso siguiente. Amanda comenzó a lamerlo, primero lento y luego más rápido, hasta introducirlo en su boca sin ningún tipo de pudor. Cerró los ojos. Sentía resoplar a Hugo y como este levantaba ligeramente las caderas para seguir dentro de ella. Cuando notó en su boca que no podría aguantar mucho más tiempo sin terminar, decidió dejar libre su miembro, despacio, muy despacio, para despedirse de este con pequeños lametazos.
Lo volvió a mirar. La cuerda con la que le había atado al cabecero estaba tensa. La excitación le había provocado movimientos involuntarios. Sus ojos echaban chispas. Quería soltarse pero no decía nada. Aquello le gustaba.
Amanda estaba a punto de explotar. Nunca le habían hecho algo tan fuerte y delicado al mismo tiempo y, mucho menos, lo habían dejado en el punto álgido. Quería desatarse las manos, coger en volandas a aquella mujer y empotrarla como un loco, pero no podía y eso le volvía todavía más loco.
Amanda observó complacida la escena. Sonrió y, socarrona, le dio un jugoso beso a la punta de su miembro. Se irguió lentamente hasta posarse sobre su cadera, dejando que su erección acariciara su trasero, pero teniendo cuidado de que él no pudiera embestirla. Todavía no era el momento.
Extendió su torso sobre él, de tal manera que sus pechos quedaran a la altura de su rostro pero sin que pudiera tocarlos. “Suéltame”, le susurró él. Ella esbozó una ligera sonrisa, casi imperceptible, y le contestó con otro susurro en la oreja: “No, todavía no”.
Él resopló.
Amanda, sin alejar su cuerpo ni un milímetro del suyo, extendió su brazo para coger una de las velas que iluminaban la habitación y reflejaba su luz en los cuerpos desnudos.
Hugo la miró entre excitado y extrañado. Ella lo percibió y, antes de que él pudiera oponerse, puso el dedo índice en sus labios y acercó su rostro al suyo, mientras le decía en voz baja: “Shsss. Estas velas las hago yo. Son especiales. Tranquilo”.
Hugo la miró. Su voz tranquila y pausada, su sonrisa y los ojos brillantes que reflejaban la luz de las velas, junto con el tacto del pelo de ella, que caía en cascada sobre su pecho, lo relajaron. Ella sonrió al verlo confiar.
Amanda se levantó ligeramente y vertió un poco de cera. Primero sobre su mano y, después, muy lentamente, sobre el pecho de él. Dejó que la cera circulara libre por su cuerpo hasta llegar a los muslos de ella. Elevó sus caderas para dejarla pasar por debajo y que el cálido líquido llegara al palpitante miembro de él. Amanda se deslizó por el cuerpo de Hugo y comenzó a masajear cada una de las partes de este sin dejar ninguna zona olvidada.
Hugo se estremeció. Era placentero sentir aquella cera caliente circular libremente a la vez que Amanda lo acariciaba por todos lados. Sus manos iban de menos a más, suave y luego fuerte. Con movimientos circulares y perfectamente controlados. Cuando el líquido fue absorbido por completo y Hugo estaba a punto de nuevo, Amanda colocó sus caderas encima y dejó que él la embistiera sin suavidad.
Las caderas de ambos comenzaron un baile frenético de arriba abajo y de abajo arriba. Ella le acercó su pecho dejó que sus pezones rozaran su cuerpo. Amanda enloqueció ante aquel contacto tan inesperado y deseado. Se excitó todavía más y, en una última estocada, se deshizo dentro de ella con un grito de placer.
Amanda sintió como el calor de Hugo se extendía por su interior mientras ella aún disfrutaba de un orgasmo tan cálido como penetrante. No pudo evitar exhalar un suspiro de satisfacción y, al terminar, se dejó caer sobre el cuerpo sudoroso de él. Lo abrazó unos instantes y lo besó mientras tiraba de una cuerda para deshacer el nudo que lo ataba.
No habían pasado veinte minutos y Hugo ya había caído rendido al sueño. Amanda lo miraba. Su pelo negro junto con la piel dorada al sol, en contraste con las sábanas blancas, le daban un aspecto principesco. Levantó la mirada. La luz tintineante de las velas aún se reflejaba en la habitación señorial. Era sencilla pero cálida, con enormes cortinas de techo a suelo, paredes color ocre, un par de grandes butacas y muchos cojines. Le gustaba aquel sitio.
Amanda se levantó con sigilo. Fue al baño, se cambió y se vistió. Al salir de nuevo a la habitación, echó otro vistazo a la estancia mientras Hugo dormía plácidamente. Sonrió. Se acercó a la cama a recoger las cuerdas y la fusta que estaba en el suelo. Pensó que otro día la utilizaría con él.
Lo volvió a mirar y se alejó lentamente. Cerró la puerta de la habitación sin mirar atrás. Se dirigió hacia el ascensor, pulsó el botón y las puertas se abrieron mostrando una pareja de recién casados, muy acaramelados, listos para conocer la noche de Madrid. Amanda entró y los saludó amablemente mientras las puertas se cerraron detrás de ella.