Lola
16 March 2020Las nubes cubrían el cielo de Santiago de Compostela y el viento del norte arreciaba furioso contra las paredes de la vieja Catedral. Los peregrinos se arremolinaban en la plaza del Obradoiro, impasibles ante el mal tiempo y disfrutando de la estampa prometida de Galicia.
El agua resbalaba por sus chubasqueros y, combinada con el reflejo de la luz gris traspasando las nubes, parecía convertirlos en pequeños seres brillantes si se veían desde la distancia adecuada.
Lola estaba a esa distancia. Las gotas furiosas impactaban contra la vieja ventana de cristal y madera, que comunicaba su minúsculo estudio con el mundo exterior. Lola levantó la vista, el impacto de la lluvia torrencial contra el cristal la había sacado de su ensimismamiento y la había devuelto a la realidad. Observó a los minúsculos hombrecillos de luz que centelleaban en la lejanía y suspiró dramáticamente, dejando caer la cabeza sobre los apuntes de económicas.
Las gafas, de pasta color marrón, se le habían salido del sitio en esa posición y le devolvían una visión irregular del espacio. Aquello era una caja de zapatos, sin cortapisas. El espacio era una vieja buhardilla reconvertida en estudio en la que convivía una pequeña cocina blanca a la izquierda, un sofá cama (más bien cama permanente) en el centro y una mesa de cristal con caballetes de madera, que hacía las veces de comedor. Tras ella, la puerta de entrada y, al fondo a la derecha, una puerta de color blanco comunicaba la estancia con un pequeño baño. Era tan pequeño, que cuando se lavaba los dientes, al enjuagarse la boca y agacharse en el lavabo, tenía que correr la puerta de la ducha para meter el trasero y poder agacharse para escupir.
A pesar de eso, le gustaba su pequeño hogar, al que describía como “minimalista” cuando venían visitas. Lola le había dado su toque personal con el tiempo, añadiendo una gran alfombra de rayas de colores que sobresalía de debajo del sofá cama y contrastaba con el color arena de las paredes de piedra. Una vieja cómoda de madera, con los cajones mal cerrados porque no encajaban, compartía pared con la gran ventana a la que iban a morir las gotas de lluvia. Contra esta, se encontraba la mesa de cristal y una silla, tan grande, que con un par de cojines parecía una butaca.
Lola volvió a suspirar de manera sonora y se levantó de golpe. Se dirigió al baño, encendió la escuálida bombilla que colgaba del techo y se me miró en el espejo. Tenía el pelo color castaño, muy liso, tanto que apenas le aguantaban los moños sin deshacerse, como le estaba pasando en aquel momento. El flequillo desigual enmarcaba su cara ovalada y de piel aceitunada; los ojos eran grandes, oscuros y de pestañas espesas, su nariz respingona no destacaba especialmente y su boca era pequeña y sonrosada. Era una chica mona.
Se palpó el cuerpo con las manos por encima de la camiseta blanca, que le cubría el inicio de sus muslos desnudos. Tenía los brazos torneados, los pechos eran redondos y algo pequeños. Muy manejables, como solía decir si alguien los criticaba. Algún “michelín” incipiente al final de la tripa, nada de lo que preocuparse, y unas piernas, más largas que un día sin pan, coronaban a Lola.
Hacía unas semanas que Lucía, su exnovia, le había dicho que se había enamorado de una estudiante sueca. Después de soltarle aquella bomba que la fulminó por dentro, se fue corriendo, dejándola sola bajo el paraguas que las cubría de los chuzos de agua que caían aquel día.
– No la necesitas – Se dijo así misma muy seria. – Eres la Diosa de tu cama- continuó diciéndose mientras le devolvía la mirada a la chica que mostraba el espejo.
Se acabó eso de suspirar y no salir de casa, pensó. Lucía, no se merecía ni un momento más. Si prefería a una sueca de sangre fría antes que a ella, mejor. La Lola de sangre caliente y deseos ardientes tenía ganas de un revolcón y no se iba a privar de ello.
Salió del baño y se dirigió hacia la cómoda que se encontraba en la pared. Abrió uno de los cajones y rebuscó tras la ropa. Un par de juguetes sexuales salieron a la luz. Un vibrador rosa, un Satisfyer y un conejito vibrador se mostraban ante ella, pero cuando iba a extender su mano, se frenó. Los había comprado con Lucía y, realmente ni le gustaban. Sus manos siempre habían sido mejores que todo aquello junto o, al menos así se lo habían hecho saber en varias ocasiones.
Así que cerró de golpe el cajón y se tumbó sobre su sofá cama. Cerró los ojos y se imaginó a una morena de curvas despampanantes, ojos verdes y grandes pechos, besándola y acariciándola por todos lados.
Lola se subió la camiseta muy lentamente, hasta dejar su pecho izquierdo al descubierto. Empezó a acariciarse el pezón con el dedo índice haciendo círculos sobre este y enseguida percibió como estos se endurecían con aquel gesto. Luego, acercó su otra mano hacia el pecho que todavía estaba escondido bajo la camiseta y que comenzaba a pedir la misma atención. Se la subió con delicadeza, dejando al descubierto ambos pechos, y comenzó a pellizcar con suavidad su pezón derecho, disfrutando de aquella dulce tortura.
Lola sintió como su espalda comenzaba a arquearse y sus caderas empezaban a demandar la misma atención. Siguió visualizando, con los ojos cerrados, a aquella morena que ahora le mordisqueaba los labios con delicadeza y comenzaba a bajar entre sus pechos hasta llegar a su ombligo.
Lola se mordió el labio disfrutando de aquellas sensaciones. Dejó que su mano derecha se deslizara por su estómago, acariciándose con las yemas de sus dedos con estudiada suavidad hasta llegar a su sexo. Su mano se escondió bajo sus bragas blancas, provocando que sus piernas se abrieran a su paso, conscientes de aquella visita. Las caderas de Lola respondieron elevándose ligeramente y facilitando la entrada de su dedo corazón dentro de ella. Lola sintió su interior húmedo y excitado y dejó que sus caderas empezaran a marcar un ligero ritmo, ascendente y descendente, pidiendo más.
Lola retiró con delicadeza su dedo del interior de su cuerpo para emprender la búsqueda de su clítoris, deslizándolo, mojado, por el interior de su sexo hasta alcanzarlo. Empezó a acariciarlo con suavidad, en movimientos circulares, mientras gemía de placer.
La morena de ojos verdes volvió a cruzarse por su mente. Aquella belleza le acariciaba la entrepierna sonriéndole, besándola y observando como se excitaba más y más para ella.
Lola abandonó a su clítoris dejándolo con ganas de más e introdujo sus dedos índice y corazón en el interior de su cuerpo. Sus caderas respondieron instintivamente elevándose ante aquel placentero roce, intentando seguir el ritmo de sus dedos entrando y saliendo. Cada vez estaba más húmeda y excitada. Su cuerpo le pedía más.
La morena le sonreía y sus ojos verdes brillaban con picardía, sabedora de aquella explosión que estaba a punto de provocar en ella.
Lola retiró los dedos del interior de su cuerpo, dejando que sus caderas se revolvieran furiosas por su abandono, y comenzó a deslizarlos por su sexo, haciéndole saber que estaban ahí y que aquello aún no había terminado. Al llegar a su clítoris, tenso, palpitante y queriendo explotar, comenzó a acariciarlo de manera ascendente y descendente, primero más lento y luego más rápido.
Su respiración se entrecortaba y notó como su pulso se aceleraba más y más, sin poder reprimir los gemidos de placer. El calor del orgasmo empezaba a asomarse entre sus piernas, fulminado todas sus defensas. Las piernas de Lola empezaron a temblar y sintió una explosión de placer que la hizo gritar extasiada, sin dejar de acariciar su sexo.
Un enorme y cálido orgasmo la invadió por todo su ser, cual bomba expansiva, sintió como este explotaba en su interior y su calor se extendía por cada centímetro de su cuerpo, haciéndola convulsionar. Lola, agarró las sábanas con su otra mano y tiró de ellas, en un vano intento de no dejarse ir, pero en una última sacudida de aquel glorioso orgasmo, se abandonó extasiada de placer sin poder reprimir un gemido final.
Lola, agotada por el esfuerzo, dejó caer las piernas sobre su sofá cama. Retiró su mano de su entrepierna húmeda y suspiró satisfecha.
Lucía no sabía lo que se acaba de perder.